No hay nada como la muerte para poner a cada uno en su lugar, darle importancia a las cosas que la tienen y quitársela a las que no. En cualquier caso no estoy diciendo nada nuevo, todo lo que yo pueda decir ya está dicho, qué puedo decir yo sobre uno de los dos temas universales por excelencia. El otro es el amor ¡Qué no se ha escrito sobre al amor! Pero es que quizás no sean dos temas y sea uno solo, quizás solo sea la otra cara de la misma moneda. Y es que no se puede entender la muerte sin el amor, duele la muerte porque amamos. No hay otra forma de verlo.
Cada vez que muere alguien más o menos cercano pasa lo mismo, y le pasa a todo el mundo, sin excepción. Sientes esa reorganización de prioridades que vas a olvidar pasado mañana, aunque ahora pienses firmemente que a partir de ahora vas a vivir con ese orden, que vas a actuar conforme a esa verdad y que además, lo harás siempre. Porque hay pocas verdades en el mundo, pero el orden de prioridades que establece la muerte es el único verdadero y universal.
Puede ser que lo que temamos tanto de la muerte - la muerte entendida como concepto omnipresente y no como ausencia de un ser querido- es que pone todo patas arriba, acaba con todo lo que crees, con todo lo que te han enseñado a creer. La muerte acaba con toda nuestra cultura de un plumazo, y ¿Qué somos, sino es nuestra cultura?
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