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Yo no creo que duela más por cercanía geográfica o cultural, yo creo que duele más porque lo que en realidad duele es la propia muerte.
Lo que duele es darse cuenta de que nos puede tocar a nosotros o a uno de los nuestros, lo que duele es tomar conciencia de que la muerte es parte de la vida. En occidente no estamos ni acostumbrados ni preparados para la muerte y menos para una muerte no elegida e instantánea.
¿Pero acaso algún ser humano está preparado para ello?
Seguramente no, pero lo que si es seguro es que en otras zonas del mundo la muerte forma parte del día a día, desde que salen al mercado hasta que acuestan a sus hijos. Son lugares donde la paz es solo una tregua, están tan habituados a la muerte que consiguen conciliar el sueño sin problemas.
No es que a los occidentales no nos importen el resto de muertes, no es que consideremos a los ciudadanos de Beirut ciudadanos de segunda, es que somos tan jodidamente egocéntricos que nuestra propia fragilidad nos resulta insoportable.
La solidaridad que manifestamos ante estos ataques es, en realidad, una solidaridad con nosotros mismos, por lo que ya no merece ser llamada solidaridad y quizás solo pueda llamarse miedo.
Es posible que cuando dejemos de tener miedo nos demos cuenta de que ante la muerte la integridad moral no tiene ningún sentido.
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