Nada que ver no se trata de eso, se trata de un instante, uno altamente susceptible de provocar sentimientos un instante indefinible, tan conforme en su anarquía tan acorde en su caos.
Un instante tan mudo que tiende las ganas, tan ligero que levanta solas las puntas de los pies. Tan intenso que hasta tus pupilas dilatadas se estremecen.
Y te aterra como se acorta el tiempo según se va haciendo más grande
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La vida exterior, oscura y ebria, me inculcaba una especie de deseo obstinado a entregarme a los placeres de una sórdida taberna.
Acariciaba su pelo revuelto y sudoroso, sus ojos penetrantes azotaban mis contrariedades y su dentadura hambrienta centelleaba en aquel cielo nublado y torvo.
De mis muslos saltaban chispas aisladas y torpes cargadas de una sobreexitación enfermiza e incomprensible, abarrotadas de un apetito al acecho que arañaba espaldas, despegaba labios y quemaba todos los fósforos.
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Mi vida, que ya no se si es mía o la han absorbido las mil morales que se me agarran al cuello y avanzan, a trompicones, entre los murmullos de la razón y el patetismo de la sociedad.
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Aquello resultaba inclasificable dentro de las estrechas jerarquías que me había impuesto yo solita, aunque, eso si, previa ingestión de cantidades masivas de alcohol y con una tajada mayúscula, fui capaz de afirmar con absoluta y fiera convicción lo evidente. Pero las afirmaciones es mejor hacerlas a pronóstico reservado, sobre todo si uno ha bebido o el asunto se antoja irreversible.
Cruzamos la frontera, o eso dicen las paredes, y ahora hay que pagar el precio del peaje; toca abonar el arancel de cada noche que pasamos en la playa, el tributo de las cervezas compartidas y sobre todo el impuesto sobre el colchón.
Hay madrugadas imposibles de reconstruir, al igual que hay lunas nuevas imborrables, y carcajadas irreproducibles. Son madrugadas despuntadas en las que mi mitad se pelea con mi otra mitad y mi pierna abandona a la otra para recostarse sobre tus lunares, en los que intento encontrar un hueco para pasar la noche.
Y al final... al final lo que pasa es que termina la noche y se acaba el verano.
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Me adivino entre la voluntad y la evidencia, olvidándome de todo al instante como solo son capaces de olvidar los niños. Escapando de miedos recién resucitados, huyendo con la bipolaridad a cuestas, abusando de los puntos y las comas, caminando a ritmo de prosa.
Pero en la vida real y no hipotética la verdad se pronostica ineludible, siéndole imposible ignorar las miradas equidistantes, las que se encuentran en el punto exacto entre lo que se dice y lo que no se puede decir.
Qué raro remedio tienen ciertas enfermedades, ni en mis sueños más lúcidos logré dormirme dentro
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"Iván había pensado que pasarían toda la vida juntos. No se lo había prometido a ella; se lo había dicho a si mismo . Y no como se formula un deseo o se afirma un propósito, sino como se describe un hecho indudable, como se aprecia algo real e inequívoco. Ellos formaban una pareja modelo y todos los que los rodeaban los envidiaban y los admiraban también, porque era el sólido ejemplo de la armonía que puede darse entre dos personas. Por eso el desconcierto era casi mayor que la pena. Por eso el mundo temblaba a su alrededor y él se aferraba, asustado, a la pequeña pero firme mesa de mármol, al platillo, a la taza, a la cucharilla que agitaba nerviosamente al ritmo de sus latidos"
CARMEN PACHECO, En el corazón del sueño
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Compartid caricias con aquellos que os ven y piensan que sois ciegos.
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Il est bien court, le temps des cerises
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Dando tumbos, naufragando entre tus pupilas vi historias del pasado.
Vi como el tiempo se había largado, como los que llegamos decididos a quedarnos, nos fuimos cada vez más lejos. Me vi a mi misma, y me toqué la cara para asegurarme de que era yo, no era otra.
Son París, Granada, Italia a un minuto en mi cabeza, la misma que no se olvida de si faltas en mi cama.
Son sólo recuerdos de pasear por casa, y ahora que estás tan distraído me puedo esconder.
Demasiado vino, dije dándome la vuelta y apartándome el pelo de la cara.
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Volver a una ciudad llena de lugares vetados, a una ciudad en la que, aún pasados los años, puedo reconocer tu sombra al cruzar el paso de peatones.
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Quererte hasta sentirme culpable
y que se me pase al acabar la noche
Que me quieras nada más empezar
Y que me mires cuando termines
Perderme por esos laberintos
Y que nunca jamás me alcances.
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