Aquello resultaba inclasificable dentro de las estrechas jerarquías que me había impuesto yo solita, aunque, eso si, previa ingestión de cantidades masivas de alcohol y con una tajada mayúscula, fui capaz de afirmar con absoluta y fiera convicción lo evidente. Pero las afirmaciones es mejor hacerlas a pronóstico reservado,  sobre todo si uno ha bebido o el asunto se antoja irreversible.

Cruzamos la frontera, o eso dicen las paredes, y ahora hay que pagar el precio del peaje; toca abonar el arancel de cada noche que pasamos en la playa, el tributo de las cervezas compartidas y sobre todo el impuesto sobre el colchón.

Hay madrugadas imposibles de reconstruir, al igual que hay lunas nuevas imborrables, y carcajadas irreproducibles. Son madrugadas despuntadas en las que mi mitad se pelea con mi otra mitad y mi pierna abandona a la otra para recostarse sobre tus lunares, en los que intento encontrar un hueco para pasar la noche.

Y al final... al final  lo que pasa es que termina la noche y se acaba el verano.


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